Valle del río Apurímac enfrentando al coronavirus gracias a la soberanía alimentaria
Por: Edber Bendezú, coordinador de campo del CEDIA, y Ricardo Risco, director regional sur del CEDIA.
El valle del río Apurímac (VRA) tiene a su margen izquierda, a la región de Ayacucho y a la derecha, a Cusco. En esta zona podemos identificar tres tipos de poblaciones. Una de ellas está conformada por los pueblos indígenas originarios, reconocida bajo la forma organizativa de comunidades nativas. Esta población se dedica a realizar actividades en armonía con el medio ambiente y conserva la biodiversidad y ecosistemas frágiles de colinas altas, que generan el recurso hídrico.
A su vez, estos pueblos originarios se resisten a producir la hoja de coca, a pesar de encontrarse como el grupo más olvidado de la región por hallarse sin acceso a los derechos básicos, de manera eficiente, por parte del Estado. Además, por tradición, cultivan para su supervivencia una diversidad de especies vegetales y forestales de alto valor comercial y cultural, lo cual complementan con la actividad pecuaria.
Otra población es la conformada por colonos migrantes, dedicada al cultivo de la coca y otros productos comerciales. Esta población desarrolla una agricultura intensiva, de alto costo ambiental y ecosistémico; al contaminar las fuentes de agua con residuos químicos, generan alta erosión de los suelos, usan excesivamente plaguicidas en el proceso de cultivo, entre otras acciones poco amigables con el medio ambiente. Así, depredan los recursos naturales, en el afán de hacer dinero.
Actualmente, se advierte un entorno difícil para este grupo debido a la aparición de la pandemia del coronavirus, COVID-19. Esta coyuntura decretada por el actual gobierno ha implicado medidas de cuarentena, inmovilización de personas y de transporte de carga.
Es más, debido a que las fronteras están cerradas y no hay forma de trasladar la mercancía, tampoco existen compradores. Esto ha generado la abrupta caída del precio de la hoja de coca de S/. 190.00 soles la arroba, a solo S/50.00 soles, con tendencia a seguir bajando, situación provocada por una menor demanda y que, de alguna manera, va a desincentivar la producción del cultivo.
Finalmente, otra población es la migrante, considerada como el frente sociocultural mestizo-urbano, la cual se encuentra asentada en las áreas urbanas, así como en zonas de expansión. Sus pobladores se caracterizan por realizar actividades propiamente urbanas (comerciales, prestación de diversos servicios y de transformación). También poseen patrones culturales propios de las ciudades. Son la población más dinámica, en términos económicos y demográficos.
Desde el año 2008, el Centro para el Desarrollo del Indígena Amazónico (CEDIA) en alianza con la Organización Asháninka y Machiguenga de Río Apurímac (OARA) y con el apoyo de la entidad cooperante Nouvelle Planète (Nuevo Planeta), vienen realizando esfuerzos para lograr el saneamiento físico legal de los territorios indígenas del VRA. Tomando en cuenta que un territorio titulado es sinónimo de conservación del bosque, la titulación contribuye a sentar las bases del desarrollo sostenible, basado en el manejo de los recursos naturales y en la soberanía alimentaria de sus pobladores. Esto último es un componente del proyecto Fortalecimiento de Capacidades de la OARA para la Implementación del Plan Estratégico 2017 – 2026, denominado FOCAMARA.
Para entender mejor, nos basamos en los antecedentes de sus tradiciones culturales sobre su proceso de alimentación. Los Asháninka y Machiguenga son poblaciones dedicadas exclusivamente a la caza, pesca y recolección de frutos; sin embargo, mediante la relación intercultural establecida en el tiempo con los colonos, han ido incorporándose en otras actividades económicas, relacionadas a la agricultura comercial como el café, el cacao, el achiote, y en la actividad pecuaria de animales menores, especialmente, en la crianza de gallinas.
Debemos resaltar algo que estos pueblos originarios han sabido mantener en el tiempo: la permanencia de especies nativas en sus chacras integrales. No obstante, estas prácticas se han ido debilitando por la influencia del mercado y la adquisición de algunas costumbres y hábitos de la gente foránea. Estos cambios han generado que, sobre todo la población infantil, se encuentre atravesando una situación de desnutrición crónica y anemia.
Por ello, el proyecto FOCAMARA viene impulsando el rescate de cultivos ancestrales de manera diversificada, mediante el establecimiento de chacras integrales, con la participación de mujeres indígenas. De esta forma, vienen recuperando la forma tradicional de cultivar, en un mismo espacio, diversidad de especies vegetales, cuyo aprovechamiento va desde las raíces, hasta los frutos y semillas. Esta actividad se viene complementando con pequeños estanques familiares para la crianza de peces tropicales y moluscos, para proveer de proteína de origen animal a su dieta.
En el proceso de adaptación al nuevo ritmo de vida impuesto por la sociedad, donde el dinero es prioritario, se han visto en la necesidad de producir cultivos comerciales en sus chacras como el cacao, el café, el achiote y otros. Sin embargo, al notar que su producción es estacional, con precios inestables y bajos, han tenido que recuperar prácticas que les permitan afrontar de mejor manera esta situación.
Es a través del proyecto FOCAMARA que se han logrado incorporar el componente forestal; es decir, introducir especies maderables como el cedro, el tornillo y el pashaco dentro de los cultivos comerciales, estableciéndose sistemas agroforestales para incrementar sus ingresos económicos a mediano y largo plazo.
La presencia del coronavirus, COVID-19 ha podido develar que las prácticas indígenas, de carácter simple y desconocida para muchos, son una alternativa viable y sostenible que, en plena cuarentena, el poblador indígena encuentra, sin ningún problema, la dotación de alimentos necesarios para su familia, manteniendo en reserva las especies agroforestales, que más adelante le permitirá afrontar de mejor forma los retos de la vida.
Se observa una marcada diferencia con las poblaciones migrantes aledañas, que se encuentran en zozobra para acceder a los alimentos de primera necesidad, los cuales vienen siendo escasos y sobrevalorados en los mercados locales.
El señor, Virgilio Pizarro Curi, presidente de la Organización Asháninka y Machiguenga de Río Apurímac (OARA), señala: “nosotros en tiempos pasados vivíamos de la pesca, caza y recolección de frutos. Utilizábamos plantas medicinales para tratar las diferentes enfermedades, pero hoy en día cuando nos enfermamos los médicos nos obligan a ir a un centro de salud y nos vienen induciendo a la vida con dinero; por ello, nos hemos visto obligados a sembrar el cacao, el café, los árboles forestales, para obtener dichos recursos económicos y cubrir las necesidades básicas; pero no hemos dejado de lado nuestras chacras integrales. Es parte de nuestra cultura, sembramos para autoconsumo y estamos preparados para la supervivencia, ya que tenemos alimentos: no dependemos del mercado. El hombre indígena convive con la Madre Tierra y el poder de la naturaleza: ellos nos proporcionan nuestro mercado, nuestra medicina, la ferretería y nos permite cubrir todas nuestras necesidades”.
La señora, Karina Cipriano Damián, técnica en enfermería y promotora de chacras integrales, reitera: “que los pueblos originarios se alimentaban a base de productos naturales de la caza, pesca y recolección de frutos, utilizando plantas medicinales para curar sus enfermedades. No conocíamos alimentos ni medicamentos comerciales ni el dinero. Recién en la época de colonización muchos indígenas fueron tomados como esclavos, es donde aprende y conoce la vida occidental que se vive todo con dinero, influenciando fuertemente en nuestra cultura alimenticia, vestimenta, el uso de medicamentos entre otros, vulnerando nuestras costumbres, nuestra cosmovisión de vida. Por esa necesidad empezamos a cultivar productos comerciales como el cacao, el café y los árboles. Incluso, muchas de las mujeres indígenas, por necesidad de dinero, hoy en día son jornaleras en la cosecha de hoja de coca; sin embargo, este tipo de situaciones difíciles como la pandemia nos hace reflexionar, aún más, a las mujeres indígenas, que somos las que conducimos estas chacras, preparamos los alimentos y quienes venimos impulsando, con el apoyo de la ONG CEDIA, a rescatar y revalorar algunas fuentes vegetales que ya habíamos dejado de cultivar. Las chacras integrales son muy importantes en nuestra alimentación, sobre todo para nuestros hijos. Como promotora, es mi deber impulsar, con mis hermanos y hermanas, mayor interés, rescatando esta riqueza cultural, donde la alimentación es la base fundamental para nuestra supervivencia”.
Entonces, en un país privilegiado como el Perú, podemos concluir señalando que la soberanía alimentaria se va a consolidar en la medida que diversifiquemos las fuentes de nuestros recursos alimenticios locales, haciéndolas variadas y asequibles. De esta manera iremos mejorando el nivel nutricional de nuestra población, con menos dependencia monetaria, permitiendo, además, disponer de producción excedente para el mercado, lo que va a permitir cubrir otras necesidades.